Juego con ventaja, lo reconozco. Y es que 33 años en fogones y 56 papeando “comme il faut”, le dan a uno cierta autoridad para saber de lo que habla.
Experiencia culinaria firmada por Borja Letamendía
También ayuda mi gran afición al “alterne gastronómico”. Osea, que una barra, una vitrina, un camarero que haga de anfitrión, una servilleta de papel arrugada en el suelo del cliente que acaba de marchar, el olor a fogones, la caña bien tirada, los vinos por copas y el ajetreo ruidoso del propio local, son ingredientes imprescindibles para un buen resultado final.
Doña Vicenta lo tenía claro y sus 5 hijos lo han sabido ejecutar.
Hablo de los hermanos Masip, apellido que da nombre a uno de los mejores templos gastronómicos en formato de “haute cuisine” para el pueblo en uno de los pueblos más emblemáticos de La Rioja.
En 1975 Doña Vicenta y su difunto marido hicieron magia con un asador de pollos en Zorraquín, localidad ubicada en el valle del rio Ciloria, con una historia que comienza hacia el año 1084 con una historia en la que el Monasterio de San Sebastián y Alfonso VI de castilla fueron sus protagonistas.
Hoy, he sido el protagonista de la experiencia culinaria que os relato a continuación. Comenzamos:
Cruzo la puerta del Masip, me hago fuerte en la parte derecha de la barra y pido para empezar una cañita que por cierto estaba perfectamente “tirada”. Después de saciar la sed que me había producido la cifra de 38,652 pasos de caminata y los 26 grados de temperatura primaveral, me pongo serio y pido un riojita.
Comienzo con taco de bonito ensartado en un palillo y capeado por un picadillo perfecto de cebolla blanca, un toque de sal, una pizca de un AOVE y algo más.
Me recomienda el camarero el tomate relleno con su atún y mahonesa casera que me hace perder el sentido y me obliga a pedir un tintorro cosechero de una categoría sorprendente.
Me vengo arriba y me atrevo con la “alegría rellena” cuyo principal ingrediente es una variedad de guindilla originaria de Mendavia que no hace falta decir que se conoce como “alegría”.
Después de este subidón, me vengo arriba y me atrevo con una morcilla de Ezcaray; en teoría es una morcilla de arroz parecida a la mítica morcilla de Burgos pero en mi boca noto una textura diferente; más suntuosa, diferente y extraordinaria. Ayuda mucho la técnica de su cocción.
Con mi paladar y estómago saciado, analizo mi situación y me doy cuenta que mi maravillosa experiencia gastronómica en el Masip llega a su fin. Pago la cuenta y salgo con un sentimiento de profunda alegría por haber sido protagonista una barra imprescindible para el viajero.
Pero hay algo más. Mis experiencias culinarias nunca las defino por el teorema de “calidad/precio”. Las defino bajo mi personal teorema de “calidad/placer”.
Y es que en Masip, el repoker de los 5 “masipianos”, los 5 hijos de Doña Vicenta se ocupan del comensal, le atienden, le cocinan divinamente y le agradecen la visita.
Gracias Masip por lo bien que haceis todo lo que haceis.
No cambiéis nunca.
Firmado: Borja Letamendía